Era una niáa rica que estaba en la Alameda comiendo una cocada dulce, pintada y buena. Cuando un niáo pobre vino a decir quedito: Dame lo que te sobre niáa bonita, por favorcito! ¿No me das? ¡No, no, no! Anda sí ¡Oh, que no! Mira no seas tan mala dame de tu cocada. ¿No me das? ¡No, no, no! Anda sí ¡Oh, que no! Dame y te traigo flores. ¡Ten corazón! Y con los ojos puestos sobre la gran cocada el muchachito hacía gestos con las quijadas. Mas la niáa elegante, sin escuchar sus ruegos, se relamía chocante con rechupete de mano y dedos. ¿No me das? ¡No, no, no! Anda sí ¡Oh, que no! Mira no seas tan mala dame de tu cocada. ¿No me das? ¡No, no, no! Anda sí ¡Oh, que no! Dame y te traigo flores. ¡Ten corazón!